Seminario online #ElRégimenlive impartido por #SayakValencia.
Sesión 3. 14 de octubre, 2020.
Por Aline Hernández
Esta sesión estuvo dedicada a reflexionar sobre la relación entre la producción, distribución y circulación de imágenes y la actualización de procesos de construcción de subjetividad e hipermediación en el momento contemporáneo. Si bien el principal interés de Sayak Valencia radicaba en reevaluar críticamente el mundo en el que vivimos y sobrevivimos, la sesión también buscó situar históricamente los procesos antes mencionados, para con ello evitar reificar un momento específico. En este sentido, el texto de la filósofa e historiadora americana Susan Buck-Morss “Estética y Anéstetica: una reconsideración del ensayo sobre la obra de arte” (2018) y el libro de la teórica de arquitectura Beatriz Colomina La Domesticidad en Guerra (2006), nos introdujeron a ciertas transformaciones del sensorium humano a través de distintos aparatos de mediación social y tecnológica en el contexto de Europa del siglo XIX y de Estados Unidos en la década de los cincuenta, respectivamente.
El texto de Buck-Morss problematiza la construcción benjaminiana de la estética. Contrario al filósofo Alemán quien propone un regreso del término a su sentido original—donde la estética pasa a ser entendida como la mediación del interior y el exterior que tiene lugar a través de la percepción—Buck-Morss argumenta que el concepto de “estética” en la modernidad se asemeja más a un proceso de “anéstetica.” Buck-Morss entiende por esto una forma de negociación perceptual que lleva a cabo el sensorium humano en respuesta a una estimulación excesiva proveniente del medio ambiente y, a la vez, un mecanismo de protección que produce dicho sensorium, que toma la forma de un adormecimiento o entumecimiento al enfrentarse a esta sobreestimulación.
Buck-Morss vincula el proceso de entumecimiento y de estimulación excesiva a la condición médica de la neurastenia. Esta se refiere a un trastorno caracterizado por un cansancio inexplicable que aparece tras realizarse un esfuerzo, condición que fue tratada mediante drogas como el opio en el siglo XIX. Tal como observa Buck-Morss, el uso generalizado de drogas en la modernidad condujo, por un lado, al descubrimiento de anestésicos y, por otro, produjo una nueva relación con el cuerpo y una nueva percepción de éste. Además de esto, Buck-Morss propone que a partir de del siglo XIX, la realidad en sí misma producía un efecto narcótico. De acuerdo con la teórica, la fantasmagoría de la cultura capitalista produce una alucinación social compartida a través de la manipulación del sistema sinestésico humano. Buck-Morss da como ejemplos de este fenómeno el mall, los parques temáticos y los escaparates, entre otros donde precisamente se entrevé una búsqueda por el control completo de los estímulos. Tal como señala Valencia, estos son los medios que roban a nuestros sentidos de una conexión experiencial productora de consciencia y, en cambio, nos dirigen a un goce estético auto-destructivo, mismo que Valencia vincula, siguiendo a Buck-Morss, con el narcisismo.
Por su parte, Beatriz Colomina centra su atención en los espacios arquitectónicos de la guerra en Estados Unidos, en un lapso temporal que abarca desde los años de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) a los de la Guerra Fría (1947-1991). Colomina analiza críticamente los modos en que la guerra se reproduce desde los espacios de la vida cotidiana. Su interés está puesto en reflexionar, entre otros temas, el rol que tuvo la producción y circulación de imágenes y de imaginarios en la instauración de la guerra en el sentido común. De acuerdo con Colomina, las imágenes y los imaginarios no son únicamente reproductores de realidad sino productores; éstos constituyen el modelo visual de la cultura de guerra.
Finalmente, el texto “El Régimen está (transmitiendo en) vivo” (2019) de Sayak Valencia avanza el concepto de “régimen live” para reflexionar, críticamente, sobre los nuevos modos en que gobiernos de las emociones se sirven de la producción de visualidad y visibilidad para crear una fascinación por la violencia y, a su vez, buscan naturalizar y banalizar las violencias que recaen sobre las comunidades marginalizadas por factores como genero, raza, clase, diversidad sexual, discapacidad o estatus migratorio. Valencia parte de la premisa de que “la programación audiovisual en la era online de la nueva televisión y e-comunicación fabrica no sólo contenidos sino formas de pensar, gustos y comportamientos” (Valencia, 2019, 236). Aunado a ello, la autora observa que en nuestra realidad hipermediada, las imágenes están siendo utilizadas por la extrema derecha para legitimar la vuelta de nuevos conservadurismos y neo-fascismos.
Tal como señala Valencia, las tres lecturas hablan sobre el arte, la estética de la mirada y la construcción de un mundo ocular-céntrico a través de la construcción del ojo o la imagen (i.e. el pacto escópico) como el centro de discusión de la colonialidad-modernindad. Asimismo, nos hablan de los sentidos de modo más general, es decir, del aparato perceptivo. Esto, como observa la autora, es importante porque nos ayuda a pensar la estética desde un lugar que no esta solamente vinculada con el gusto, como nos ha hecho pensar la producción de sentido y el gusto burgués—que es donde prolifera la estética contemporánea. Más bien, la estética en estos casos alude al aparato de percepción en sí mismo y a la producción de imaginarios y las implicaciones que esto tiene a nivel neuronal. En este sentido, la estética se vincula con la parte somática y para Valencia esto resulta clave. Si bien la autora está en desacuerdo con los discursos biologicistas, los cuales, como bien señala, reducen la biología a cuestiones que tienen que ver con economía, política y otras, sí encuentra una potencia política en pensarlos de este modo, sobre todo a la luz de la realidad hipermediada en la que vivimos.
Ahora bien, a diferencia de las otras sesiones, para esta sesión Valencia propusó cambiar la dinámica y discutir lo que lxs participantes obtuvimos de las lecturas. El propósito de la discusión estribó en darle una vuelta crítica a esa relación somática de nuestro cuerpo entendido como archivo y como espacio de producción de subjetividad y singularidad, y a los procesos históricos que van articulando esa somateca—hablando en términos de Paul Preciado— para poder interpretar el mundo contemporáneo. Las intervenciones de lxs participantes abordaron temas como el control y la captura de las imágenes por aparatos ideológicos, la construcción de subjetividad, la relación entre producción de imaginarios y de realidad, los procesos de anestesia social ante la violencia excesiva, el movimiento y la coreografía como tecnología de poder, entre otros.
Por ejemplo, en una de las intervenciones se señaló la relación entre las aportaciones de Colomina y la exhibición Cold War Modern en el Victoria & Albert Museum en Londres, abierta al público en 2008. La exposición exploró el arte, la arquitectura, el diseño y el cine en el período de 1945-1970, destacando las formas en que los artistas y diseñadores respondieron a las condiciones de la Guerra Fría. En este sentido, la exposición parece complementar de algún modo la teoría de la domesticidad de la guerra de Colomina en la medida que también explora la correspondencia entre la guerra y su cultura. Con esto en mente, la participante nos presentó la famosa fotografía de André Malraux donde se le ve en su apartamento rodeado de diferentes imágenes que conformarían su Museo Imaginario. El objetivo de esta intervención era invitarnos a pensar los modos en que los museos, en tanto espacios culturales públicos, imponen y preservan una mirada normativa sobre el mundo a través de la exhibición del arte y la construcción de narrativas y de sentido, produciendo todo lo que recae fuera de esta normatividad como alteridad. El rol de las imágenes, no obstante, no es contemporáneo. Como ha enfatizado Valencia a lo largo de las sesiones, la imagen ha sido una piedra angular del colonialismo y de la colonialidad. A propósito de esto, en la intervención se mencionaron los debates que tuvieron lugar en torno al rol de las imágenes durante en El Concilio de Trento (1545-1563).
Valencia señaló que le parece importante destacar El Concilio de Trento en la medida que, a su modo de ver, la psicopolítica colonial se perfiló durante este concilio ecuménico. Aquí precisamente se conformaron, como nota la autora, muchas de las cosas que van a dar forma a la construcción de nuestra subjetividad a partir del proyecto moderno colonial, como lo es la construcción de género y la sexualidad. Por otro lado, Valencia también observó que la política de las imágenes y la cuestión de la iteración de éstas como formas de reconocimiento nos hablan de quién tiene el poder de construcción de la percepción, cuestión que afecta a la empatía histórica y las formas de reconocimiento de les otres que permanecen ausentes y fuera de los contornos del “yo” normativo blanco y europeo. Esto resulta clave para la producción de ciertas populaciones como biopolíticamente desechables.
Otra de las intervenciones versó en torno a la configuración de la subjetividad neoliberal y la posibilidad de resistencia. La pregunta planteada radicaba en qué posibilita que algunxs sujetxs, a pesar de estar expuestxs a los flujos de imágenes, no sean capturadxs por éstos. Al respecto la autora observó que la estandarización de la subjetividad no es un proyecto contemporáneo, sino que más bien ha sido la forma de gobierno intermitente desde la colonización que busca colocar el poder extractivista como la norma de vida. El proyecto de este modo tiene una importante genealogía y hoy en día podemos situarlo en el colonialismo de datos el cual se discutió la sesión pasada. Además de esto, Valencia observó que, por ejemplo, en nuestro contexto vemos que hay gente que ha tenido acceso a la educación pública o privada y que de alguna manera participan del correlato de lo bueno, lo bello y lo justo, el cual acompaña al proyecto de la modernidad colonial biopolíticamente. Es decir, este correlato es la cara bonita y democrática; la cara donde la preservación de la vida y el bienestar de las poblaciones es lo que importa. De acuerdo con Valencia hemos hecho un proyecto casi de fe con dichos correlatos. Ahora bien, en cuanto a las resistencias se refiere, resulta clave pensar cómo las condiciones materiales no permiten que uno pueda engañarse por demasiado tiempo. Además de estas condiciones, también están las vinculaciones corporales y afectivas, las creaciones de otras redes de sentido y otras disidencias que desestabilizan estos correlatos. De este modo vemos que, por un lado, el relato tradicional dice que uno por ser “ciudadano” o por ser “humano” tiene derecho a no ser maltratado, pero cuando unx vive en un lugar como el que vivimos nosotrxs y estas prerrogativas que promete el estado masculinizado no se cumplen, hay un shock frontal entre lo que nos prometen y lo que somxs, y sobretodo hay un consenso social y popular que también trabaja con los afectos que nos cobija de una manera que ese discurso no lo hace.
Un ejemplo de esto es la vivencia constante de racismo. Como bien señala Valencia, aunque por un lado la ley prohíba la discriminación racial o de género—o la discriminación por cualquier otro tipo de diferencia— unx sabe que en lo cotidiano hay discriminación. Esto lleva a unx a gestionar estas condiciones y a hacer un pacto para poder sobrevivir emocionalmente o a radicalizarse y a buscar a otrxs que no quieran vivir de esa manera. Valencia conecta esto con Buck-Morss cuando habla del shock y dice que su asimilación produce una consciencia y una memoria que puede llevar a la resistencia. Otro ejemplo es el chiste racista o el chiste machista. Muchas veces la cultura nos dice, muchas veces, que no exageremos. Esta cultura de cancelación tiene que ver con esa desactivación o desinhibición de la memoria porque la memoria radica en crear una comunidad para llevar a cabo una transformación social.
Así vemos que por un lado estamos conviviendo con relatos de lo bueno lo bello y lo justo, que marcan parámetros a los que tendríamos que acceder todxs. Por otro lado, sin embargo, la normalidad nos dice que no es así. En este sentido, vemos que hay una orden y una contraorden y en esa orden y contraorden crea un efecto de shock, el cual, pensando con Buck-Morss, puede ser sumamente impactante porque la realidad en la que unx se auto-percibe no corresponde con la del discurso. Valencia considera que, por eso en muchas situaciones de vulnerabilidad en el contexto latinoamericano, aunque el discurso parezca funcionar, la realidad muchas veces pone en cuestión esta idea, lo cual nos fuerza a hacer un trabajo de conciliación de este antagonismo o a crear un flujo por fuera de ese marco de gestión histórico estatal.
La autora también notó que hay algo que posiblemente no ha insistido lo suficiente y es que el hecho de que el orden moderno colonial y aquello que Valencia plantea como el régimen live apelan a instaurar un proyecto total de gobierno. Esto no significa que eso vaya a ser posible; lo importante es, no obstante, que el poder busca producir formas de subjetividad estandarizadas, pero lo que nosotrxs somxs como entes somáticos son singularidades encarnadas sujetas a constante transformación. Es decir, los procesos de acomodamiento singular no son iguales para todo el mundo, ahí radica el hecho de que unx pueda vivir una experiencia concreta como traumática y violenta mientras que otrx la vive como gozosa. Esta diferencia tiene que ver con esta producción de singularidad. El singular no es un individual y no se vincula con la idea de individuo y sujeto sujetado sino con esa potencia política que vive.
En relación a esto, la autora mencionó que precisamente la sesión pasada hablábamos de lo libidinal que es una cosa completamente desconocida para nosotrxs pero que también se articula a través de un deseo. Ese deseo, señala la autora, es de alguna manera ingobernable e insubordinable. Esto significa que es precisamente a ese deseo y a esa práctica de insubordinación a la que apunta la tecnología algorítmica contemporánea. Para Valencia esto es de suma importancia ya que mientras que Buck-Morss habla de una coreografía mecánica que utiliza la industrialización para educar a la población, la coreografía algorítmica es más complicada porque trabaja con afectos y emociones, así como con predicciones. Esto no significa que las tecnologías algorítmicas puedan predecir todo lo que hacemos, lo que significa es que cuánto más información le demos, más fácil de predecir vamos a ser, principalmente porque están capturando los ejes de identificación. En resumen, nos dice la autora, la singularidad no puede ser capturada por un aparato de control completo, aunque el proyecto de glotaritarismo o el proyecto totalitario global busque esto. O, en otras palabras, el control total no es posible porque las condiciones materiales hacen fisura con el discurso.
Otra de las intervenciones colocó de nuevo sobre la mesa la cuestión de la producción de realidad y cómo construimos la realidad misma por medio de imaginarios los cuales, en el contexto de Latinoamérica y el sur global, suelen tomar la forma de imaginarios de violencia. Por ejemplo, la construcción de un enemigo común que en México se encarna comúnmente en la figura del narco. Esto está relacionado con algo que discute Achille Mbembe en su texto “Necropolítica” (2011) el cual leímos para la primera sesión, quien plantea que para que exista esta necropolítica es necesario construir un enemigo. Este tema no es nuevo, sino que ha sido ampliamente explorado en textos académicos y literarios, así como en el arte y el cine. Como mencionó la participante, el problema es que muchas obras tienden a explotar imágenes de violencia y la idea de un enemigo común, lo que contribuye a construir a grupos o zonas específicas como entes de maldad. En este sentido, muchos creadores terminan reproduciendo este discurso que es propio del estado. Pese a esto, también encontramos textos, narrativas y películas que evitan está explotación de la violencia e invitan en cambio a una reflexión crítica. Esto se vuelve evidente en el libro La Tropa de la escritora Daniela Rea por dar un ejemplo. La pregunta concretamente fue, ¿cómo podemos abordar y hablar de estas narrativas que desmitifican los discursos hegemónicos, que complejizan nuestro entendimiento de la violencia en vez de producir imágenes estáticas?
Valencia comentó que esta idea de lo estático es precisamente una forma de ontologización de las imágenes, en el sentido que se asume que la imagen es la que tiene que afectar y actuar. Además de esto, agregó que otro ejemplo concreto donde vemos cómo funciona esta ontologización es en el caso de las imágenes de víctimas de la violencia. En muchos casos, se espera que lxs sujetxs se comporten de una forma específica y que sean una “buena imagen”, con el propósito de abastecer a esos nichos de mercado emocional. Valencia señala que es importante atender lo que se considera entonces como una buena o mala imagen—tema que también aborda Colomina—y cómo lo representado se queda en una circunscripción bidimensional. En estos casos, no importa lo que se muestra sino cómo se ve.
De acuerdo con Valencia, esto significa una ruptura importante entre dos momentos que hemos estado hablando a lo largo del seminario, la idea de representatividad y la idea de representación. La representatividad en este caso hace alusión a la representatividad política en el sentido del diálogo que se establece con el soberano y el estado. Por otro lado, representación puede ser entendida como sinónimo de un bien surtido donde todxs están representados, tal como se ve en el capitalismo de plataformas. Es decir, no significa que haya justicia social, pero todos parecen estar ahí. Valencia agregó que, a su modo de ver, es necesario descolonizar la idea de imagen de la víctima, descolonizar la idea de la imagen que solamente te deja en un biplano sin movimiento. La acción aquí tendría que ver con ese ejercicio de cómo queremos ser representadxs y cómo debatimos las representaciones normativas.
Finalmente, otra de las intervenciones giró en torno a la organización de cuerpos a partir de la coreografía de las imágenes. La participante mencionó el libro de Andrew Hewitt Social Coreography: Ideology as Performance in Dance and Everyday Movement (2005), en el que el autor propone que el capitalismo se ha servido de la danza moderna y la performance para instaurar las formas de trabajo abstracto, desvinculado de toda materialidad de las que se sirve el capitalismo, actualmente en su etapa neoliberal. Hewitt desafía la comprensión de las artes escénicas como algo intrínsecamente anticapitalista simplemente por no producir un objeto mercantilizable.
Al respecto Valencia señaló que hay tantas cosas que podríamos pensar sobre la tecnología del movimiento, la cual es un tercero excluso importante. Por un lado, vemos que, efectivamente, la coreografía como forma emancipatoria ha sido capturada. Valencia señala por ejemplo la producción del cuerpo como una máquina social cuyas coreografías de genero, sexualidad, clase, raza—en el sentido de movimientos—hacen posible la reproducción del poder. Por otro lado, Valencia observa que los cuerpos también fungen como condición de posibilidad para la creación de un movimiento, dinamiza y prefigura formas de pensar en colectivo y de hacer comunidad, o si se quiere una nueva corpo-política. Valencia argumenta que hay una memoria que surge precisamente del contacto físico, que genera una consciencia. Esta posibilidad de estar juntes, particularmente en nuestra contemporaneidad hipermediada y alienada, es algo que no debemos de abandonar.
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