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Artesanía Aplicada

Actualizado: 16 abr 2020

Por Melissa Mota


En los últimos años la artista mexicana Amor Muñoz ha desarrollado una serie de proyectos sociales que se sitúan en el umbral de dos prácticas aparentemente opuestas, la artesanía y la tecnología. Si bien el trabajo artesanal se relaciona con el pasado y la tradición, la tecnología está vinculada con el futuro y la innovación. A través de una exploración interdisciplinaria, enfocada en el trabajo colectivo y el arte, Muñoz identifica el punto de encuentro entre ambas en el presente.


La exposición Yuca_Tech/Oto_Lab: Energía hecha a mano en el Museo Universitario de Ciencias y Arte (MUCA Roma) presenta tanto el proceso como el resultado de dos propuestas íntimamente relacionadas que buscan revalorar el trabajo manual, y darle calidez con un sello de identidad personal a la tecnología.


En 2015 en el corazón de la zona henequenera de Yucatán, la artista desarrolló Yuca_Tech, un laboratorio que tenía como fin insertar baja y alta tecnología a la artesanía típica del lugar para solucionar problemas en la localidad de Granada en el municipio de Maxcanú. En una primera etapa la artista enseñó a las artesanas mayas principios básicos de ingeniería electrónica para que más tarde pudieran aplicarla a sus productos. El procedimiento consistió en incorporar a la técnica de telar de cintura con fibras de henequén, hilos fotovoltaicos y celdas solares para crear paneles flexibles. Una vez terminados, éstos se colgaban en las ventanas de los hogares para protegerse del sol, al tiempo que se recargaban las baterías con la energía solar, que por las noches colocaban en objetos cotidianos a los que añadían focos LED, como sombreros o sandalias, permitiéndoles ver el camino o alumbrar sus casas a falta de luz eléctrica.


Además, esta iniciativa buscaba reactivar la industria henequenera, una planta cultivada desde la civilización maya, que tuvo su auge comercial a nivel internacional durante el siglo XIX y principios del XX, hasta que las fibras sintéticas comenzaron a reemplazarlo. De esta forma, el taller impulsó a las mujeres a explorar las posibilidades sobre su uso, que les permitiera perpetuar su tradición en la contemporaneidad.


La segunda fase consistió en la capacitación tecnológica a un grupo de personas desempleadas de Mérida para que pudieran tener una fuente de ingreso a partir de la aplicación de este conocimiento. El resultado fue la elaboración de morrales con baterías cargadas mediante paneles solares que permitían vender energía para la recarga de celulares mediante cables USB en plazas públicas con servicio de Wi-Fi.


Dos años más tarde, Cecilia Delgado, propuso a Muñoz trasladar el laboratorio a la Ciudad de México a fin de replicar el modelo de Taller artesanal/tecnológico en la segunda planta de MUCA Roma, institución que se ha enfocado en la creación de vínculos con la gente que vive y transita en la zona a través de programas con responsabilidad social.


Bajo el nombre de Oto_Lab, este tercer proyecto se llevó a cabo con artesanas otomíes de la Coordinación Indígena Otomí, residentes de la colonia Roma, una comunidad que comenzó a emigrar –principalmente de Querétaro y del Estado de México– a la capital del país durante los años sesenta ante el empobrecimiento del campo para vender artesanías. Al principio, muchos de ellos iban y volvían a sus estados natales, sin embargo, con el tiempo comenzaron a establecerse de forma permanente en la Ciudad de México. Tras el sismo de 1985 un grupo de 29 familias se estableció en las ruinas de un edificio colapsado en la calle de Guanajuato 125, en medio de una colonia con la que tuvieron desde un inicio un choque cultural y en donde la discriminación ha sido un tema constante. Con el tiempo y tras numerosas negociaciones con el gobierno, lograron adquirir un crédito y construir un proyecto de vivienda con todos los servicios básicos, el cual obtuvo el Premio Nacional de Vivienda 2004.


Como señala Delgado, curadora del proyecto, “existe un problema de otredad y extrañamiento que tiene que ver con los contextos históricos y sociales de México. Identificamos que los grupos indígenas son ajenos al ámbito urbano, ubicamos a estos grupos a la distancia y en un ámbito rural, es un problema que tiene que ver con la educación que fomenta la construcción de estereotipos, donde los indígenas forman parte de una idea que se ubica a la distancia temporal del pasado, en un contexto prehispánico, y no en su condición actual”. Cerca del 50% de la población otomí en la ciudad se dedica a la elaboración de muñecas artesanales –de origen mestizo–, típicamente conocidas como “muñecas María”, juguetes que tradicionalmente las madres hacían para sus hijas no sólo para que se entretuvieran, sino como un medio para enseñar los roles de género y preservar su identidad mediante la representación de la vestimenta y peinado típico. Sin embargo, durante el siglo XX, una vez que comenzaron a inmigrar a regiones urbanas, las muñecas comenzaron a comercializarse, pasando de tener una función lúdica a una más ornamental. En la actualidad las niñas ya no juegan con ellas y los extranjeros son uno de sus principales consumidores.


La elaboración –basada en una técnica que se ha transmitido de generación en generación– es un trabajo en equipo; algunas mujeres se encargan de realizar el cuerpo, otras los brazos y las piernas, la indumentaria, las trenzas con listones y el diseño de la cara. Ya listas, salen a las calles a venderlas, siendo ésta su principal fuente de ingresos. En los últimos años este tipo de venta se ha convertido en una amenaza, ya que por ser ambulantaje, muchas mujeres de la comunidad han sido llevadas al Centro de Sanciones Administrativas y de Integración Social, comúnmente conocido como “el torito”. De esta manera, han tenido que buscar vías alternas para poder ofrecer su producto.


Para este proyecto se invitó a diez mujeres otomíes residentes en la colonia Roma para que, al igual que en Yucatán, pudieran obtener conocimientos básicos de ingeniería electrónica aplicable a su artesanía. Ariana Martínez, una de las mujeres que integró el grupo, comenta que en un principio algunas de sus compañeras, sobre todo las que no saben leer ni escribir, dudaron si serían capaces de tomar el taller. Sin embargo, la enseñanza fue a través de dibujos y en compañía de un grupo de estudiantes de ingeniería que se sumaron al proyecto. Durante mes y medio aprendieron el funcionamiento de los cables fotovoltaicos, las baterías y la energía solar. La aplicación a su trabajo consistió, por un lado, en la integración de paneles solares en las espaldas de la muñecas grandes que se conectan a una batería que prende nueve pequeños focos LED en el torso, generando una lámpara fotovoltáica, una muñeca lumínica que puede servir como lámpara de mesa. Por otro lado, idearon una serie navideña de 12 muñecas pequeñas con pilas de reloj que se activan al juntar las trencitas.


En el ensayo El uso y la contemplación Octavio Paz mencionaba que la belleza de la artesanía es inseparable de su función, “son hermosos porque son útiles”. Si bien por décadas las muñecas Marías se convirtieron en un Mexican Curious o un adorno más del estante de los hogares, este experimento las dota de una nueva funcionalidad mediante herramientas de nuestro tiempo, sin perder su esencia ni su belleza intrínseca. Las huellas digitales de sus creadoras siguen estando presentes en las telas, los cables, los listones y las baterías; la tecnología no le quita su carácter de trabajo hecho a mano.


Ante la disminución del valor comercial de las muñecas –en buena parte por la entrada del mercado chino que imita artesanías locales–, este taller ha ayudado a que las mujeres revaloricen su trabajo y exploren nuevos campos de producción y distribución. Además, el laboratorio las ha ayudado en otros aspectos de sus vidas, “las compañeras han ido evolucionando, desde la forma de pararse, la seguridad, rebasar la cuestión del machismo, que no tengan miedo de hablar, resolver problemas técnicos a pesar de no saber leer, tener interés, inquietud de aprender, sentirse con más libertad, estar motivadas y que sus hijos vean que su mamá puede hacer algo así”, señala Martínez.


El resultado expuesto en el museo muestra un nuevo modelo de enseñanza-aprendizaje-enseñanza que potencializa el conocimiento a partir del diálogo, generando nuevos horizontes de convergencia que pueden ser replicados, ya que por iniciativa de ellas, ahora piensan replicar el taller a las nueve comunidades otomíes que habitan la Ciudad de México. Asimismo, difumina las fronteras entre el arte, la artesanía y la tecnología, teniendo como punto de encuentro a la estética. Es una experiencia que surgió a raíz de la experiencia colectiva, de compartir saberes desde una herencia del trabajo artesanal/manual y desde la aportación tecnológica de la ingeniería electrónica. Las nuevas propuestas que surgieron desde las integrantes del grupo, no sólo reivindica su identidad sino que las visibiliza en el contexto de un museo localizado en la misma colonia de donde se sentían ajenas.


La idea del laboratorio es que este conocimiento se replique con otras mujeres y se haga una especie de pequeña fábrica, sin embargo, se necesitan recursos económicos para poder adquirir el material, especialmente el hilo conductivo y las celdas solares. Para ello, las mismas artesanas imparten talleres al público para brindar herramientas tecnológicas que puedan ser aplicadas a un proyecto de innovación. Oto_Lab lo conforman: Jorge Aguilar, Adrian Benitez Ricardo, Natalia Landa, Ariana Martínez Rivera, Jaqueline Martínez Rivera, Amor Muñoz, María de los Ángeles Ricardo Matilde, Brigida Ricardo Matilde, Alejandro Osorio Zapett, María del Socorro Rivera Nava y Alberta Tomas Gabriel.

La muestra estará abierta hasta el 29 de octubre.



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