Seminario #ElRégimenlive impartido por #SayakValencia
Sesión 1. 30 de septiembre, 2020
Por Aline Hernández
La sesión inicia con una exposición por parte de Sayak Valencia sobre algunas de las temáticas que guiarán el seminario: la producción de subjetividad contemporánea y la reprogramación de la sensibilidad en un contexto hipermediado. Valencia enfatiza que tal como lo entiende, la hipermediación no tiene que ver únicamente con el hito tecnológico, sino también con los modos de producción de sensibilidad en la actualidad y el rol que las tecnologías juegan en este proceso. Con esto en mente, la autora introduce al tema sobre el que versará esta primera sesión: la transición del capitalismo gore a la política snuff.
Para entender la violencia exponencial que se vive en México y las formas que toma la necropolítica en contextos fronterizos —así como en otras geografías de Latino América—Valencia propone el concepto de capitalismo gore. El concepto, desarrollado por la autora en su libro con título homónimo publicado en 2010 por la editorial Melusina, hace referencia a las dinámicas del neoliberalismo cruento y exacerbado que inicialmente localizó en la frontera norte del país, donde vio conjugadas varias condiciones importantes. A saber, necropolítica, masculinidad y precarización, condiciones que aunadas a dinámicas de hiperconsumo y emprendedurismo afines al proyecto neoliberal, propiciaron la emergencia de nuevas subjetividades y prácticas ultra-violentas.
A esta subjetividad Valencia la denomina endriago. La autora comprende el sujeto endriago como una subjetividad regularmente encarnada por varones racializados, marginalizados y precarizados que pertenecen a cierta geopolítica. Guiados por un mandato de masculinidad, los sujetos endriagos emprenden prácticas ultraviolentas como un medio de apropiación del capital y como una herramienta de empoderamiento distópico. Es decir, el sujeto endriago representa, de acuerdo con Valencia, una masculinidad machista y recalcitrante que utiliza el poder de dañar a otros y el poder de muerte sobre los otros—regularmente mujeres o personas vulnerables o racializadas—como una manera de ejercer poder hacia abajo. Así el sujeto endriago que participa de la lógica de crear una política de muerte, también concibe la capacidad de dar muerte como una forma de trabajo y una forma de restitución simbólica con el proyecto neocolonial, así como con el proyecto de estado y de masculinidad.
Valencia advierte que el ejercicio de la violencia en distintas intensidades desemboca en una violencia extrema que toma la forma por ejemplo del feminicidio. Su propuesta, en este sentido, radica en llevar a cabo una crítica decolonial contra la necropolítica y la masculinidad. Es importante resaltar que Valencia entiende la masculinidad no en un sentido esencializado, sino como una cartografía de gobierno sobre los cuerpos de los varones, y una coreografía de género que otorga privilegios, dentro del cuerpo social, a aquellos individuos que se identifican con la masculinidad. Este proceso de identificación nos señala la autora, desemboca en el hecho de que ciertos cuerpos tengan que cumplir con determinadas prerrogativas y deberes. Este es precisamente el tipo de masculinidad que critica el capitalismo gore, la masculinidad necropolítica.
Valencia también observa que la degradación del concepto de trabajo, la disolución del concepto de identificación de clase y la precarización global han sido tres ejes clave para entender la cara que ha tomado la necropolítica en México. Para Valencia el hecho de que muchos individuos ya no se identifiquen como afines a la clase obrera o a la clase trabajadora da cuenta de una degradación simbólica en el imaginario cultural sobre la idea de trabajo. En su libro, por ejemplo, Valencia propone que, ante este escenario, ocurre una resignificación distópica de la violencia, haciendo de esta “un trabajo deseable al ofrecer oportunidades de superación” y ascensión social (Valencia, 2010, 47). El endriago así encarna una nueva figura del emprendedor económico. Asimismo, Valencia señala que otro de los ejes fundamentales del capitalismo gore reside en hacer de la violencia un espectáculo y una moneda de cambio. De acuerdo con ella, el capitalismo gore rentabiliza o mercantiliza la violencia, esto es porque el derramamiento de sangre crea una especie de plusvalía en el sentido que legitima y da visibilidad a actores criminales, y a la vez les permite propagar su poder por medio de la instauración de un orden de terror en la sociedad.
Este derramamiento de sangre que crea una plusvalía la autora propone conectarlo con las aportaciones de la filósofa marxista #SilviaFederici, quien nos habla de una forma especular y espectacular de dar muerte a las mujeres que se encontraban al centro de las rebeliones campesinas de Europa en los siglos XVI y XVII. El análisis de Federici se enfoca en la relación que existe entre la cacería de brujas y la destrucción de la vida comunal con el proyecto de acumulación del capital, el cual tanto en Europa como en el ‘Nuevo Mundo’, fungió como pilar para el desarrollo del capitalismo y la colonización. La desposesión de los cuerpos femeninos y desvalorización del trabajo reproductivo estuvieron al centro del proceso de acumulación primitiva, ya que permitieron el desarrollo de una nueva división sexual del trabajo que naturaliza e inscribe el trabajo de cuidado femenino y la función reproductiva de las mujeres a la reproducción de la fuerza de trabajo que el capital necesitaba. Esto a su vez, gestó las condiciones para la construcción de un nuevo orden patriarcal. Como señala Valencia, en el contexto de la colonia este modelo de apropiación del cuerpo femenino se conjugó también con la discriminación racial.
Valencia señala que es muy importante atender la crítica que realiza Federici a aquellas personas que revisitan la historia del femigenocidio de mujeres o la caza de brujas que naturalizan el asesinato de estas mujeres, haciéndolas responsables de lo que ocurrió. Hay, en este sentido, una legitimidad moral históricamente repetida que no va al fondo de la cuestión. Federici nos señala que en realidad la caza de brujas no solo tenía que ver con un problema de género, era además un problema económico y de insurrección del campesinado.
Valencia propone conectar esto que describe Federici con los feminicidios en Ciudad Juárez. La autora señala que, hasta hace unos años, teníamos la idea de que las mujeres que sufrían feminicidio eran mujeres obreras con cierto fenotipo: mujeres obreras, de pelo obscuro, delgadas, de cierta edad. Todo esto da cuenta de un cierto fenotipo el cual, sin ser propiamente enunciado, habla de una racialización y exotización por parte de una mirada jurídica, la cual a su vez, es una mirada blanca que responde a los ideales geopolíticos del estado nacional europeo. Esta racialización volvía una catacresis la raza y clase de las mujeres asesinadas y dejaba fuera la pregunta sobre quiénes son objeto de feminicidio y quienes no. Valencia apunta que esto no lo dice para descalificar sino más bien, para pensar de una manera interseccional el problema del feminicidio y problematizar que precisamente esta racialización está conectada con la falta de empatía e indignación por parte de la población hacia las mujeres asesinadas. Esto es porque las características de raza y clase se articulaban con ciertos imaginarios culturales y afectivos, los cuales proceden del colonialismo, y han hecho que haya una desidentificación con este tipo de personas.
En este punto es donde la autora introduce la importancia de #AchilleMbembe. El filósofo camerunés propone una reflexión sobre modos de regular la vida a través del poder de dar muerte. Valencia señala que es importante revisarlo ya que Mbembe enfatiza precisamente la dimensión de la raza como categoría de gobierno que permite que se acabe con el tabú de dar muerte. Por un lado, occidente ha dicho que los campos de concentración Nazi han sido un hito distópico en la historia de la humanidad y Mbembe por el contrario nos recuerda que esto ya se había conocido en continentes como África o América donde se gobernaba a la población a través de la masacre. La necropolítica así, puede pensarse como la otra cara de la biopolítica, donde ambas ocurrían simultáneamente.
Con esto en mente, la autora propone que en la ultima década ha habido una mutación dando paso a lo que denomina política snuff. La política snuff es otra categoría construida a partir de la nomenclatura de géneros cinematográficos, que de acuerdo con Valencia tiene una impronta específica. Si el capitalismo gore se caracteriza por la forma material de explotación y destrucción mediada por el colonialismo, el machismo y el crimen organizado, la política snuff, nos dice Valencia, es aquella que gobermentaliza la necropolítica. Snuff hace alusión a las formas de rentabilizar y televisar la muerte. Valencia da como ejemplo los procesos migratorios contemporáneos en Europa y Estados Unidos tal como el cierre de fronteras, el dejar morir a los migrantes en el agua del Mediterráneo o los centros de detención de migrantes. La política snuff que Valencia vincula con políticas reaccionarias, racistas y fascísticas, es esa política que mata en vivo y que anestesia y colapsa la percepción de los espectadores para diferir posibles pronunciaciones críticas por parte de la población.
Valencia nos comparte que, en su momento, cuando primero elaboró sobre el concepto de capitalismo gore, consideraba que el capitalismo snuff no estaba ajustado para describir la realidad en México. Nos menciona que, en el capitalismo gore, a diferencia de la política snuff, hay una cosmética, hay una parte de manufactura e infraestructura que es de bajo presupuesto, que genera fallos y risa. Esto es importante, ya que no es la efectividad del exterminio de las cámaras de gas Nazis, donde todo se oculta vemos los cuerpos apiñados nos dice, pero no vemos como estaban afectados en la cámara de gas. Lo que se ha vuelto snuff en este sentido, no es el capitalismo sino la política. Hemos pasado de una sensibilidad cinematográfica que hace una mediación entre lo que nos parece real pero también lo que nos parece aceptable, a un género de visualidad sobre la violencia que ya no es cinematográfico solamente.
Lo snuff es así aquella política que actúa desde un cinismo absoluto que ya no pertenece al orden simbólico de la economía criminal –que ya conocemos en el capitalismo gore— sino traspasa los limites hacia la economía formal. No es una superación sino un continuum entre ordenes. Uno de los problemas que Valencia identifica al respecto de esta política es que va de la mano con una desalfabetización visual y la destrucción de la educación pública. Valencia señala que ya no sabemos cómo leer ciertas imágenes que están ahí para ser leídas con indignación. De acuerdo con la autora, los pactos de alfabetización de las imágenes ya no están siendo consensuados, sino impuestos y lo que vemos entonces es un proceso de reprogramación de subjetividad y de la psique para poder tornarnos en sujetos cada vez más aptos y dóciles para las nuevas condiciones laborales y de hipermediación en el capitalismo digital.
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